miércoles, 31 de julio de 2013

Las desgracias de Somál.

Siempre he leído y me han dicho que los escritores deben intentar intervenir en sus libros lo menos posible, pienso que así debe ser y en todo lo que he escrito hasta ahora he intervenido lo menos posible, hasta llegar al punto que dudo de que yo lo escribí. Esta vez intervengo, no en la historia, sino antes de que se empiece a escribir el capítulo número diez de "Las desgracias de Somál"; sólo para dedicarle mi más apreciado cariño a cada lector de este blogger y de esta historia, a esos que como yo disfrutan de la literatura negra, o más bien bizarra. También para dejar en claro, me he sorprendido a mí mismo. Continuamos. 


Capítulo X.

Desperté algo adolorido, la espalda me dolía muchísimo; supongo ese sería el vivo recuerdo de lo que le hizo a fräu Karla, las cicatrices de mi mal. Al levantarme, vi en una pequeña mesa de madera un plato con una arepa y una pequeña nota que ponía: "Buenos días, disfruta la arepa, luego sal y reencuentrate con Tacarigua". Era una caligrafía fina, muy elegante, parecía haber sido escrita por una mujer. Desayuné, parece que no hay dónde darme una ducha, así que me vestí y salí del liceo, con mucho cuidado, nadie debía verme. 

La U. E. "María Virgen Misionera" junto a su sede de varones "Cisama" estaba desolada, ya no había nadie en ella. me acerqué al salón que sirvió de dirección del plantel y vi que en la puerta había una placa de hierro donde decía: "la institución en particular ha cerrado sus puertas debido a la falta de personal, el director será fusilado por desviación de fondos. Julio de 2010". ahora entiendo porque la han tomado como base de la rebelión, creo que he tomado el camino correcto, aunque aún estoy confundido, ¿quién deseo ser realmente? ¿Arnold Hofferman, rico, alemán, con posibilidades de llegar lejos en política y en las SS o Somál, pobre, débil, sin posibilidad alguna de llegar lejos a ningún lado?

Mientras caminaba desde la entrada del liceo hasta la antigua grieta en donde dormí hace años pensaba esto, y no llegaba a conclusión alguna. Decidí ir a saludar al viejo Karl en la bodega.
Herr Karl, el viejo de la bodega. 

- Buen día, joven. ¿qué se le ofrece?.- me dice el viejo Karl, no sin antes saludarme con el "heil Führer", al parecer no me reconoce. 

- Buen día, señor. Deme una bebida, lo que tenga.- le digo luego de saludarle debidamente.

- Sólo tenemos comida, muchacho, si quieres agua ve con la dama de la esquina.

- Pues deme algo de comer, algo dulce.- le exijo.- Y dígame, ¿dónde puedo encontrar al niño que dormía en la grieta de allá?

- Ah, al niño Somál. No sabría decirle, joven. Se fue hace mucho tiempo y más nunca volví a verle, siendo sincero, le he extrañado.- se escucha triste. 

- No debe extrañar más, viejo Karl.- digo sin aguantarme.- Soy yo, viejo, Somál. Aunque ahora debes llamarme Arnold Hofferman. 

El viejo Karl aspiro hondo en gesto de sorpresa, salió corriendo de la bodega y me tomo por lo hombros.

- Venga, muchacho, si que has crecido. Y ahora eres miembro de las SS y además llevas el apellido del que fue el hombre más poderoso de la región. ¿qué te ha sucedido? 

Le conté toda mi historia desde que me fui caminando a Valencia, de vez en cuando hacía una pausa para que el viejo Karl dijera algo; sólo lograba decir "guao" o aspiraba hondo. Al terminar me abrazó y me saludo con un fuerte "heil mein Führer", erguido de espalda y con la frente en alto. Le respondí el saludo y luego entramos a su casa. Quería agradecerle todo. 

- Señor Karl, déjeme darle toda mi gratitud inmensa. Si no hubiese sido por su cariño y su bondad estuviese muerto y nunca fuese sido lo que soy.- saqué un fajo de marcos alemanes, al menos unos 5000 marcos y se los puse en la mano.- Acepte esto, señor. Pero escóndelo bien, no deje de trabajar en su bodega y no lo derroche. Es en honor a mi eterna gratitud.

El viejo lloraba cuando dejé su casa, estaba atónito por mi regalo, no sabía que decir, me do un abrazo antes de irme y un "heil mein Führer" más fuerte que el anterior. Estaba satisfecho, ahora quería buscar donde dormir, fui a verme con Manolo. 

Al llegar a la comandancia del Ejercito de infantería y de Aviación me hicieron pasar a una oficina en lo más profundo de los cuarteles, era un lugar pequeño y oscuro. En la entrada la bandera roja con las esvástica y la bandera italiana con una esvástica en el medio se hondeaban prominentes. Al entrar fräu Susan y Manolo estaban charlando sobre algo, no logré escuchar sobre qué. 

- Buen día Arnold.- me dijo Manolo y me guiñó el ojo.- Ven, pasa. 

- Buen día, comandante.- dije y saludé con el saludo correspondiente, entiéndase "heil Führer".- Buen día fräu Susan.- le bese la mano. 

- Buen día, Arnold. ¿cómo te va? 

- Muy bien, fräu, ¿y usted? 

- Bien, estaba diciéndole a herr Manolo que debemos visitar lo campos de azúcar, al parecer hay problemas allí, ¿nos acompañas? 

- Por supuesto.- dije-  ¿Nos vamos? 

- Sí, vamos.- dijo Manolo, tomó su lumper y las llaves del carro militar, para luego dirigirnos a los campos de azúcar. 

Al llegar al lugar un anciano general nos recibe.

- Heil mein Führer.- saludamos todos. 

Manolo se acercó y le dio la mano.

- Un grato saludo, herr Karl.- saludó. Ya recuerdo, este anciano debe ser el general que dirige los campos, herr Rodolf me lo había mencionado.

- Venga, herr Manolo, fräu Susan, muchacho; pasen todos.- al entrar me pregunto quien soy.

- Hofferman, Arnold Hofferman, herr general.

- Dios mío, muchacho, ¿eres tú e hijo de Rodolf, que Dios lo tenga en su gloria, del que me hablo hace años?

- Sí, herr general. 

- Pues venga, dame u abrazo. Tu padre y yo fuimos muy buenos amigos, y nadie lo representa mejor que herr Manolo, ¿no es así? 

- Sí, herr general, nadie mejor que herr Manolo para seguir el camino de mi padre. 

- Exacto, pero sólo hasta que tú tengas edad, muchacho. 

Manolo carraspeó.

- Herr general, el muchacho aún no conoce esa información.- dijo seriamente.- Está alistado en las SS, allí hará un gran trabajo junto al legado de su padre. Herr general, venimos por su carta, ¿qué sucede? 

- Ah, Manolo, es difícil para mí controlar todo sólo, ya estoy muy viejo. Necesito jubilarme, te hice venir para que me ayudes a escoger un buen sucesor, que sea de tu confianza. 

- Déjemelo a mí, herr general. Firme su jubilación, dejaré a Arnold a cargo mientras nombro a su sucesor.- y colocó un papel frente a herr Karl.- Firme y deje todo en mis manos. 

Herr Karl firmó y agradeció a Manolo y a mí, reverenció a fräu Susan y tomo su chaqueta y se fue en su volkswagen negro. 

- Vaya, eso fue rápido.- dije.- No comprendo, Manolo, ¿por qué te apresuraste a dejarme a mí? 

- Ya entenderás. 

A los pocos minutos entendí todo, entró a la oficina Gabriel, el era el líder de los negros de campo. 

- Acabo de enterrar al hijo de Sandro, herr Karl le ha fusilado esta madrugada por hablar. Supongo por eso te hizo venir.

- Sí, y por su jubilación, acabo de dejar todo en manos de Somál, venga, muchacho, saluda.

- Buen día, Gabriel.- le saludé, sin verle los ojos. 

- Hola, niño.- me dijo con un tono de asco. 

Fräu Susan se e acercó y me dijo al oído que no me preocupara, que ya nos haremos todos amigos, Gabriel está solo un poco rencoroso. 

Manolo fue con Gabriel a unan cabaña donde todos los esclavos dormían. Gabriel los despertó a todos y Manolo empezó a hablar.

- Buen día, caballeros. Mi nombre es Manolo, comandante en jefe del ejercito de infantería y de aviación. Sucesor de herr Rodolf Hofferman. Italiano de nacimiento pero alemán crianza.- decía.

- Ya he hablado con ellos de ti, Manolo.- dice Gabriel. 

- Entonces sin rodeos.- dijo Manolo.- Sois todos libres.- hizo una pausa en que los negros gritaron en alabanza.- Pero debéis permanecer aquí un tiempo más, trabajar como si nada, su libertad no será realmente dada hasta liberar a Venezuela de Tercer Reich, ninguno de ustedes debe hablar sobre cosa alguna, permanecerán callados y todos atenderán ordenes directas de Arnold Hofferman.- todos se asombraron, como cosa rara, al escuchar mi apellido cuando Manolo me señaló.- Él no los obligará a nada, sus peticiones serán consideradas y razonables. Todos serán libres dentro de poco. Desde este momento yo les prometo, ¡la revolución a empezado!.
Gabriel. 


Todos los negros gritaban en alabanza a Manolo y a todos los presentes, abrazaban a Gabriel y le vitoreaban, estaban alegres, las mujeres lloraban y los niñas reían. Manolo había dicho excelentes palabras y aún hablaba. 

- Siempre da discursos largos, aun cuando no lo meterían.- me dice fräu Susan al acercarse.

Todos los negro fueron a trabajar, herr Manolo regresó sólo al cuartel y fräu Susan y yo nos quedamos en la oficina que antes era de herr Karl.

 Todo iba bien por ahora, aunque aún andaba muy confuso. 

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