viernes, 19 de julio de 2013

Las desgracias de Somál.

Lo que a continuación empezaré a escribir de hoy en adelante, con algunos artículos excluidos que podrían surgir en el intermedio, no será más que pura imaginación con influencia de la realidad y de la historia. No me gustaría decir que algunos de ustedes, amados lectores, no les gustará lo que leerán, pero si no son susceptibles y sólo leen por curiosidad, deseo de saber y por diversión pura, entonces estos relatos, sacados -repito-  de mi retorcida y lucida cabeza, serán de su agrado y hasta de su interés propio, sin mucho más que decir, empezaré con el capitulo primero de esta odisea que cuenta la vida de un niñato de la calle que va creciendo en un mundo infectado por el mal. (Todo lo que pueda leer aquí es mera imaginación, cualquier parecido a la realidad es mera coincidencia. El uso de nombres populares en la historia no es coincidencia).

Capitulo I.

Es indispensable decirles que sólo tengo unos 6 años de edad y que al día no consigo mucho más que una hogaza de pan que el viejo de la bodega me tira por la ventana, es difícil tomarla, ya que debo luchar con un perro rabioso de la calle que busca arrebatármela siempre.

A veces me divierte, me pongo la hogaza en la boca y provoco al perro este para molestarlo, luego le pateo el rabo y salgo corriendo, la gente ni me ve, al parecer les doy asco. Esto si no me da gracia, ya que debería ser al revés, ellos me deberían de dar asco a mí, caminan por ahí con chaquetas rojas con la esvastica en su manga larga derecha, unos pantalones negros y mocasines de gamuza negra; la boina negra es opcional. 

El viejo de la bodega, el que me da la hogaza de pan, parece gustarle mucho su boina, me parece hasta que duerme con ella. Siempre me saluda con un "Heil Führer" con la mano en alto erecta hacia las alturas- no sé por qué, ni que yo fuese a devolverle el saludo-. Pero me parece que al anciano que vive en el callejón que da a una iglesia católica no le gusta mucho ni la vestimenta ni aquel saludo que hallo por más divertido y extraño. Hace unas semanas le pregunté el porqué de ese extraño saludo y desde el cartón donde dormía me dijo que en tiempos antiguos eso no era así, la gente vestía como quería y charlaban lo que querían. Me dijo que cuando el tenía mi edad vivía muy bien en una mansión en lo alto de Caracas con su padre y su madre, además de la servidumbre. Su padre era un señor que trabajó para la dictadura de Gómez en los años '20 y que por medio de muchas tretas y de robos hizo una fortuna incontable, se había casado con la prima menor de su propia madre y como resultado habían engendrado a este pobre anciano que ahora duerme en la calle ya que el régimen milenario le había arrebatado todo excepto la ropa que cargaba puesta desde hace casi 3 años. 

Me quedaban sólo las migajas de mi hogaza de pan y decidí darselas al anciano del callejón, que a mi sorpresa no las quiso aceptar y las desecho, gritándome como loco. No entendí esto, ¿por qué un muerto de hambre desecharía migajas de pan? ¿Acaso le insulté de alguna forma?. Esto de alguna forma me molestó, porque botó las migajas de pan que dejé de comer para darselas a él, aunque me intrigó su negativa, pero no le hice pregunta alguna por miedo a que se violentara conmigo. Seguí caminando por el callejón en dirección a la vieja iglesia imponente al final del callejón, tras de mí escuchaba a un pequeño batallón que marchaban por el pueblo haciendo temblar el pavimento y levantando nubes de polvo que te segaban, corrí asustado y me refugié en una apertura en uno de los muros laterales del callejón. Los soldados pasaron frente a mí sin fijarse si quiera en mi presencia, se detuvieron frente a la iglesia imponente y de repente lanzaron, cada uno, bombas molotov echas a mano por ellos mismos. De repente se oían gritar a las monjas del convento que se encontraba al lado de la iglesia y salió el sacerdote del pueblo gritando por piedad y arrodillándose frente al batallón. Uno de los soldados, al parecer el de mayor rango, dio dos paso al frente y coloco su luger en la frente del sacerdote y le ordenó que se levantase. Este lo hizo y fue obligado a dar ese saludo peculiar del que el anciano de la bodega gusta tanto saludarme. El sacerdote titubeó un poco y luego de gritar "Heil Führer" y alzar su brazo erecto a las alturas recibió un tiro en los sesos. 
Parabellum P- 08 (luger)

El estruendo provocado por el tiro penetrando en los sesos de aquel sacerdote que poco conocí me hizo temblar y provocó un silencio inmutable durante unos segundos, pude sentir el miedo recorrer mis nervios y hasta quise llorar, pero si hacía ruido podía jurar ser el siguiente y eso no me divertía. llevé mis manos a mi boca para evitar hacer ruido mientras el batallón daba la vuelta y volvía por el callejón, pero esta vez los dos últimos hombres arrastraban el cadáver del sacerdote, mientras se escuchaba crujir la madera y las telas de la iglesia. Ya no se escuchaban los gritos de las monjas del convento. 

No entendía nada, ¿por qué estos soldados de camisa beige, corbata, pantalones, bina y mocasines negros asesinaron a este pobre sacerdote que aparentemente no tenía crimen alguno? ¿por qué las molotov? ¿por qué exterminar a las monjas tan cruelmente? No logro entenderlo y el anciano de callejón no está para explicarme, parece haber desaparecido luego del disparo de la luger. 

Parece que nadie podrá explicarme hoy lo sucedido. Decido ir al agujero que hay al frente de la bodega de mi benefactor anciano y me meto en él para descansar y calmar mis nervios; justo cuando me acomodo lo más que puedo allí rompo en llanto por las vidas de esas monjas y del sacerdote, por ahora, no parecen haber cometido crimen alguno. 

Escucho de lejos un "Heil, Führer" que ha de ser el viejo de la bodega y me aprito más en mi agujero, hasta quedar dormido. 

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