sábado, 20 de julio de 2013

Las desgracias de Somál.

Capítulo II.

El frío sereno de las mañanas de Tacarigua rozan las mejillas rojizas de una población maquina, quienes caminan sin mirar a los lados y sólo hablan para comprar cigarrillos y refrescos a quienes se les permite vender. Las mujeres del pueblo son las que venden estas cosas y las que no, son las que deben comprar la comida para sus respectivas familias; comida que no se vende sino a las 2 de la tarde de cada día, durante 4 horas, el que no compre, no come. 

Despierto con los ojos hinchados y las mejillas, que eran blancas, rojas por el frío y manchadas por el barro. Salgo de mi pequeña cuevita en la calle y me sienta frente a la bodega a esperar a mi viejo benefactor, estoy muerto de hambre, las tripas me amenazan con saltar por mi boca. 

A las 8 de la mañana el viejo Karl abre la bodega y me lanza mi hogaza de pan- no sin antes saludar con su "heil Füherer"-, por suerte hoy no está el perro rabioso, le extraño, es mi única compañía en las mañanas. Como mi pan y camino hacia el callejón a ver si lo que pasó anoche de verdad pasó, es extraño, lo siento como un sueño, nunca había visto pasar algo así, bueno, me lo habían contado. Al llegar la iglesia esta echando humo, el fuego ya se apagó, están dos o cuatro soldados del batallón que reside a dos cuadras de aquí; el mismo de ayer. No alcanzo a ver que hacen.

Iglesia del pueblo por la noche
del día de ayer. 
Detrás de mí aparece el anciano del callejón, parece soñoliento aún, es raro, nunca creí que pudiera caminar. Parece que se le quebrarán sus sucias piernas, su piel es tan- no sé como decirlo- ¿morena? Sí, supongo que morena. Carraspea un poco y empieza a contarme que sucede dentro ya que yo no alcanzo a ver. 

- Están apilado a las monjas- dice.- Las quemarán cuando llegue el mediodía. 

- No entiendo, señor. ¿Por qué las asesinaron? 

- Veo que no comprendes nada, pordiosero.- me dice. 

¿Por qué me dice así? Él es igual o peor que yo.

- Pues explíqueme, se lo exijo, hágalo. 

Me empieza a decir que el régimen que nos gobierna es católico de pura cepa, son los máximo líderes de la iglesia y del estado. El Papa es ya no mucho más que una imagen de propaganda y no tiene voto ni derecho a palabra dentro de la iglesia. 

- Pero, ¿estas monjas y el sacerdote no eran católicos igual que el Führer?- con el tiempo aprendí que debo decirle Führer al jefe máximo del Estado.

- Veo que tú también te empeñas en decirle Führer, bah.- dice con odio.- Y pues no, mocoso, no lo eran. Esto no era una iglesia, era sólo la imagen de una iglesia, ¿me sigues? 

- No, no le comprendo, señor.- estoy totalmente confundido.

- A ver, ese sacerdote.- dice haciendo comillas con los dedos.- no era más que un chulo, ¿entiendes? Las monjas.- de nuevo hace las comillas.- eran prostitutas disfrazadas, seguro no me entiendes, eres sólo un mocoso mugriento.- y se va, no sin antes escupir la pared de la iglesia.

Uno de los soldados me vio y me gritó que fuera a su alcance, por supuesto que salgo corriendo, tenía miedo. El viejo dice que eran prostitutas esas monjas, yo sé que son, tengo una amiga que trabaja de eso, pero no sabía que era ilegal. Pobres personas, no se lo merecían. 

Decido olvidarme de ello, ahora debo buscar donde ir; además de que me vio un soldado y escapé de él (cosa que se paga por lo menos con una paliza), quemarán a esas pobres prostitutas, eso es algo que no quiero ver. Mejor voy a Valencia, me dicen que es un pueblo bonito.

Paso por mi cuevita a tomar mi trapo, el que uso como sábana- y me despido del viejo Karl. 
- Adiós, pequeño, ten mucho cuidado, no te metas en problemas.- me dice y luego parto hacia Valencia. Son al menos 6 horas a pie. Luego de horas caminando me dio mucha sed, así que me detuve llegando a la vía de Majagüal y miré por el borde de la carretera; uno de los tubos de agua tenía una fisura, miré a ver si alguien venía y luego bajé por el tubo y bebí de ese agua, sabía extraño pero mi sed era superior. Mientras subía de nuevo a la carretera, un Volkswagen se detuvo en medio de la carretera. 
Un soldado se baja, estoy temblando de miedo, no quiero llorar, pero se me es imposible y rompo en llanto. 
- Vamos, chiquitín, no temas, no te haré daño.- me dice con una sonrisa y me revuelve el cabello.- Ven, te llevo a la ciudad, imagino vas a Valencia.- le asiento con la cabeza y seco mis lagrimas.- Venga, sube al carro. 

Subo, me inspira confianza, en el carro me da agua fresca y una hogaza de pan con mermelada. Me dice que su nombre es Rodolf Hofferman. 

- Señor Rodo...
- Herr Rodolf.- me interrumpe. 
- Vale, herr Rodolf; ¿en esta zona no habían unos edificios grandes? 
- Sí, muchacho, pero hace mucho fueron demolidos para hacer los campos de caña de azúcar. Por cierto, dime tu nombre. 
- Somál, herr Rodolf.- detuvo el auto de repente y me miró a lo ojos. 
- ¿Somál? ¿quién te puso ese nombre? 
- No lo sé, herr Rodolf.- le respondo titubeando, tengo miedo de nuevo, su mirada parece querer asesinarme. 
- Ese nombre es de un asqueroso hindú, y tú eres blanco, te exijo me digas quien carajo te puso el nombre.- se puso rojo de ira. 
- No lo sé señor, he vivido en la calle desde que tengo memoria, ese nombre me lo he puesto yo mismo y...- me callé, iba a decir que mi amiga la prostituta me lo había aconsejado pero recordé que es ilegal. Parce que herr Rodolf se calmó, me está mirando aún pero con mirada más serena, me sonríe y me dice que de ahora es adelante me llamaré Arnold. Realmente me da igual como me llame, de igual forma todos me dicen muchacho o mocoso.
- Está bien, se--- disculpe, herr Rodolf. Oiga, este campo de caña de azúcar, ¿quién lo atiende?
- Está bajo supervisión de herr Karl.- me dice, vaya se llama igual que el viejo de la bodega.- Pero los que trabajan son los negros mugrientos.
- ¿Por qué les dice así, herr Rodolf?- pregunto intrigado.
- Son inferiores, no merecen si quiera trabajar, pero es mejor ellos que nosotros, además, más que trabajadores, son esclavos.
- Pero, ¿eso no es racismo? Creo que así se dice.
- ¿Dónde has escuchado esa palabra, Arnold?
- Se la escuche a un anciano en el callejón que da a la iglesia de Tacarigua.- herr Rodolf toma un radio pequeño y le dice a alguien que vayan al callejón y traten al señor de allí.
- Pues no la repitas más, no somos racistas, más bien debemos verlo como un amor desenfrenado a la raza blanca, por como yo lo veo, es así.
- Pero...
- Basta, Arnold, vamos, te llevo a mi casa para que te duches y te vistas bien.- no quedo satisfecho pero decido dejar de preguntar, por ahora.

El baño me sentó bien, herr Rodolf me ha dado un short y una camisa de mangas cortas, me ha afeitado el cabello, me quedó re- gracioso. Me gusta, por ahora todo va bien, hasta comida me dio. Estoy satisfecho, ahora iré a dormir un rato. Me recuesto en la cama muy cómodo y enciendo la TV. Al parecer no pude escapar de la quema, la están transmitiendo en todo canal de la región, dicen que unas prostitutas se vestían de monjas para ejercer su trabajo, por mucho ilegal, y que no será tolerado usar el seno de la iglesia para tal barbarie.
¿Barbarie? Supongo que no tienen moral estos hombres, me quedo dormido al instante.
Arnold (Somál) en casa de herr Rodolf. 

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