El día, no sabemos cual, el año mil novecientos y
algo más. Sonidos de dolor para un pequeñuelo y de alegría para una señora.
Dueña y dadora de la vida de ese pequeñuelo, entrega todo su amor y felicidad a
su infancia. Infancia marcada por el amor de su madre.
-
William, hijo,
ven ayúdame a fregar los platos.
Alegre va corriendo ese pequeño, sin darse
cuenta que marcas de su infancia va dejando, retumban sus pasos corriendo por
el pasillo, corriendo llega a la cocina. Una sonrisa le entregó a su madre, una
igual a su padre, este leyendo su periódico está, William se pregunta ¿por qué
cada día ensartado allí tan inerte y triste está? No sabe por qué su padre nunca
le mira, y al parecer tampoco le escucha. Su madre, Susana, le abraza y lo
levanta.
-
Vamos, hijo, tu
puedes hacerlo mejor que yo ¿cierto?
Una
carcajada suelta, irritable, pero ¿quién le puede negar la alegría a un
chiquillo?; Susana ríe con él y palmaditas le da, Edgar, el padre, la mira
desconcertado, como quien mira a una loca.
Pasa
la mañana y el chiquillo juega,
entrecortadamente, ya que su madre le enseña los oficios del hogar.
-
Edgar, querido,
¿Pizza o comida china?- le pregunta antes de sentársele en las piernas.
- ¿No puede ser Susana mi almuerzo de hoy?- dice el
marido.
-
Oh, Edgar, me
sonrojas, pero tal vez sea tu cena.
Pervertida
mujer y hombre desgraciado. “Acaso no ve que nuestro hijo juguetea por esta
sala”, pensó Susana. Llega la comida china, elegida por el pequeñuelo, y Susana
sirve tres platos, ella ve como su hijo devora con gracia su comida y bebe su
jugo con fervor, pero parece que está más crecido, ya puede limpiar el jardín
solo, pensó.
En cambio
el padre solo ve un tercer plato inmóvil, extrañado, lo ignora. Es indiferente
a todo lo que no tenga que ver con las noticias y hacerle el amor a su mujer,
el placer que le da solo ver el cuerpo de la misma moverse de la cocina a la
sala le alegra mucho la tarde, esperando al noche con ansias.
Susana se
libera de la cocina y va con su hijo al jardín:
-
Edgar, amor mío,
limpiaré el jardín con William.
Edgar
ignora lo último y le dice que se duchará, que la espera con ansias en cama.
“Que hombre más lujurioso y pervertido- pensó Susana- ojala pusiera el mismo
fervor en la casa.”
Ambos,
madre e hijo, se divierten barriendo y regando el jardín. Los vecinos ven como
ella da vuelta en el lugar. Se extrañan
y comentan que Susana debe estar un poco enferma de la cabeza.
Se hace de
noche y Edgar en cama está, ansioso por hacerle el amor a Susana, está acaba de
bañarse, su figura no es para nada fea, sus curvas se ven brillantes mojadas, sus
piernas largas y voluminosas, la piel blanca parecía arderle, entra en la cama desnuda y su marido encima
se le echa, pero no contó con qué Susana escuchara gritar a su hijo.
-
Espera, Edgar,
William esta chillando, ¿qué no lo oyes?
- ¿William?; ¿Quién es William?
- ¿Cómo que quién es William? ¿Olvidaste a tu hijo o
es que la lujuria te ciega la memoria?
- ¿Hijo? ¡estás
loca mujer!- exclamó- Si tuviese un hijo lo recordaría.
- Pues, lo has olvidado al parecer, idiota.
- Espera, llévame ante él entonces.
Ambos se
levantan, ella aún desnuda y el solo en ropa interior, van a una habitación
cerca a la de ellos y ella al entrar ve a su hijo chillar, parecía hambriento.
Edgar solo ve un montón de sábanas acumuladas sobre la pequeña cama.
-
Y bien, ¿dónde
está?
-
¡Que cosas
preguntas! está sobre la cama ¿no le ves?
Su marido
pensativo está, cómo decírselo.
-
Susana querida,
pregúntale a William si él me ve.
Así lo hizo
la mujer, pero William negó con la cabeza.
- ¿Y bien?- preguntó Edgar luego de un silencio corto.
- Ha negado… con la cabeza.- dijo Susana un poco
confundida.
- Pues bien, ¿por qué piensas que niega verme?
- Pues, seguro es ciego.
-
Oh, Susana, no
digas tonterías, William no es más que un producto de tu imaginación, ¿acaso no
entiendes?- dijo algo obstinado.- tanto es nuestro deseo por tener un hijo, y
aun más el tuyo, que has creado a uno en tu cabeza.
-
Pero, William me
ayudo a barrer la casa y fregó los platos, regó el jardín conmigo.
-
¿De qué hablas?
Tú fuiste quien barrió y quien fregó, aunque mientras fregaba parecía que
hablabas con alguien, y en el jardín solo diste vueltas sigue igual que esta
mañana.
Susana iba
entendiendo, su marido tenía razón, se asomó por la ventana y vio como aún
estaba la maleza y como las flores estaban marchitando a falta de agua en un
calor tan infernal. Edgar se le acercó por la espalda y le acarició la espalda
con cariño, le besó el cuello y dijo:
-
La imaginación
es algo complicado, justo cuando crees que algo es real no lo es. Me pasa muy a
menudo mientras trabajo, te necesito y deseo tanto que te imagino así como
estás ahora junto a mí. Hasta me dices que me amas y cosas como esas, pero sé
que no estás ahí, sé que solo te imagine y que eres invisible ante los demás.
Cosa afortunada para ti, ya que si no mis compañeros te verían desnuda.
-
Edgar, quiero
tanto un hijo, no sé porque hice esto, no sé porque soñé/imaginé con este crio,
si tan solo pudieras verlo, es tan hermoso, Edgar.
Susana
veía como William iba desapareciendo poco a poco, ya había dejado de chillar,
pero rodaban lagrimas por sus ojos, suplicaba con la mirada. Susana se volteo y
abrazó a Edgar. Este le dijo que si quería un hijo él sabía como dárselo y la
cargó hasta a su dormitorio, la dejo sobre la cama y le hizo el amor como nunca
se lo había hecho, Susana nunca había sentido tanta alegría en una cama, sabía
que así tendrían un hijo.