jueves, 16 de enero de 2014

Una muerte inesperada.


Era una tarde de abril, el cielo estaba despejado, nada era mejor que sentir el calor de los rayos solares quemar mi piel, era perfecto, la felicidad me comía desde mi corazón hasta mis labios, entonando una sonrisa.
     Fue simple y corto, me veía a mí caminar por una pradera, totalmente extensa, se veía venir el verano, todo estaba muy claro, era hermoso. Mientras más caminaba más clara se vislumbraba una casona al final del sendero que dividía la pradera en dos.
     La hermosura de ese paisaje se esfumo al llegar justo a la cerca de la casona; desapareció todo ese lugar de repente y aparecí en la calle donde la había dejado  la última vez que la vi, era extraño, pero nos despedimos diferente. Me dio un beso muy largo y me dijo 5 veces que me amaba y que el día siguiente seríamos completamente felices,- ¡Que alegría sentí!- no dejaba de sonreír.
     Teníamos unos 25 ó 28 años, le dije que la esperaba mañana en el altar y le proporcioné una leve nalgueada; jamás me había reído con tantas carcajadas. Luego siguió ella a su casa, caminaba de espalda y me decía gritando que me amaba, cada vez aumentaba más mi felicidad.
   -Soy el hombre más dichoso del mundo gracias a ti, Prudence.- le grité.
     Luego camine tres pasos, sino mal recuerdo, y desapareció entre la niebla. Se disipó al instante y volví a aparecer en el prado frente a la casona, allí estabas ella, allí en la ventana del cuarto, esperaba con una franela, más bata que franela, de Nirvana. Parecía que despedía una luz propia, era hermosa, su piel estaba rojiza por el sereno de aquel prado peculiar; seguí caminando hacia el interior de la casona y en las paredes estaban las fotos de nuestra boda, éramos completamente felices y vivíamos en Inglaterra, cosa rara, creo que se debe a que siempre he querido pasar temporadas allá. El cuarto era inmenso y no había camas, solo unas cobijas en el piso y muchos libros amontonados por todas partes, que paraíso pensé al entrar, y así lo era, y allí estaba ella, hermosa, radiante, me beso y nos acostamos y empezamos a leer “Orgullo y Prejuicio” de Jane Austen.
     Y así paso la noche, al despertar fuimos caminando al pueblo a desayunar, atravesamos todo ese prado, éramos felices, ella sonreía tanto o más que yo. En el pequeño restaurant  le dije que entrara y me pidiera unos tocinos con huevo, que yo iría a "ver unas cosas en la biblioteca de al frente" en realidad solo quería fumarme un cigarrillo, ella lo sabía pero igual aceptó; cosa rara, entró, pidió la comida y se sentó en la mesa cerca a la ventana.
     Al cruzar la calle, frente a dicha biblioteca, apareció un tipo, raro, más muerto que vivo, más bestia que hombre, piel arrugada y colgante, ojos vacios, sin labios, nariz picuda y cortada, sus manos eran delgadas, huesudas y de un solo movimiento clavo un puñal en mi pecho, caí al piso en lo que parecía un charco de sangre, y ella al salir gritó y lloró. Era infeliz, toda dicha había muerto conmigo, pero al dar mi último respiro, se desvaneció.

     Luego, volvimos a aparecer en la habitación de la casona y era la misma mañana antes de ir a desayunar, no saben el alivio que, en sueños, sentí. Fue raro, pero no sabes lo feliz que me sentí al despertar, todo era tan real.

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