lunes, 20 de enero de 2014

El músico.


Había decidido largarme de París y comenzar una nueva vida en Londres. Estaba cansada de prostituirme con hombres gordos de gorra y chaqueta de camioneros, en ese maldito prostíbulo de mala muerte.
Londres es un lugar hermoso, podría trabajar de alguna cosa, no tenía mucha educación pero sí sabía hacer algunas cosas, como follar, beber, atender clientes, cosas como esas, cosas de mierda.
Vivía en una pequeña habitación, solo cuatro paredes, una cama, una nevera pequeña y una cocina eléctrica. El baño estaba en el salón principal del hotel. Compré para cenar y para desayunar, también una botella de oporto y un cajetín de cigarrillos. Cené, me duche y dormí.
Noche fría. La mañana siguiente al despertar tenía unas putas ganas de orinar inmensas. Corrí al baño y por suerte estaba vacío. No tuve que hacer mucho, solo tenía puesta una bata corta, mi coño se asomaba un poco por debajo. Me senté y relajé mi vientre. Nada mejor que orinar con muchas ganas. Luego de limpiarme, me levanté y busqué con qué cepillarme los dientes. Tocaron la puerta.
- Un momento por favor.- dije.
- Voy a entrar, cariño.
Un hombre delgado y con una barba corta entró. Iba solo con unas bermudas y unas cross, su pecho era cuadrado, su abdomen marcado, era muy sexy. Seguí cepillándome.
- Disculpa el abuso, sólo es que me estoy meando duro.
- No te preocupes, cariño.- dije con dulzura.- Justo me sucedió al despertarme esta mañana. Me llamo Amanda.
- Yo soy Hank, un placer.
Hank estaba de espaldas a mí. Ya terminé de cepillarme y hacía que me lavaba las manos solo para quedarme allí viéndolo. Olía a cigarrillos y a hombre. Era fuerte, se le notaba en sus facciones. Mi coño empezaba a babear y mis muslos a temblar.
  - ¿Qué tienes princesa?- me preguntó sacudiendo su cosa.
- Nada.- dije.
Mi bata no me ayudó, mis muslo estaban mojados y mi coño se asomaba más. Hank dejó caer su bermuda al suelo y de un jalón me pegó contra la pared y me follo como un dios, sentí que lo amaba. Ambos fuimos a mi habitación. Mis cuatro paredes. Mi oporto. Mis cigarrillos. Hank. Mi coño y yo.
Pasamos todo el día en la cama, haciéndolo. Me dijo que era un músico estadounidense que fue a Londres a darse a conocer, que tenía algo de dinero y que estaría solo una semana. Pasamos la semana juntos y follábamos todos los días. Lo amo, lo amo a morir.

***
Hank se largó a Alemania a dar conciertos allá, yo me quedé con mi oporto, mis cigarrillos y mis cuatro paredes. Le extrañaba, se había llevado una parte de mí con él y no pude hacer nada al respecto.
Pasaba las noches en bares bebiendo, cuando se me acercaba un hombre le miraba con odio y ellos se largaban en seguida. Me sentía sucia, odiada, una puta más, pero esta vez en Londres en vez de París. Decidí hacer algo loco que me hiciera sentir viva, así que fui a la iglesia del pueblo más cercano.
Eran media noche y la iglesia estaba sola, por supuesto, el cura estaría en algún lado. La boca me ardía por el humo de cigarrillo y el licor de oporto que bañaba mi garganta, era dulce y amargo, extraño. Una sensación de lujuria recorría mi cuerpo y de repente la ropa me quedaba pequeña. Me quité el sostén por debajo de la camisa y lo guarde en mi bolso, junto al oporto y los cigarrillos y un poco de maquillaje. Hacía frío.
Bancos y velas en todos lados. Me senté en el último banco y bebí un poco más de vino. La misma sensación recorría mi cuerpo y recordé que hacía en ese lugar, quería cometer una locura, así que solo me bajé la falda y moví mis bragas a un lado, introduje mis dedos en mi coño y me masturbé en el banco último de la iglesia del pueblo más cercano. Gemidos. Muslos húmedos y tensos. Oporto corriendo por mi garganta. Y el sacerdote observándome desde una puerta. Demonios, no le había visto. Rápidamente me subí la falda de nuevo y me levanté del asiento.
- ¿Qué hace hija?
- Lo siento, padre.- el sacerdote era joven, guapo y parecía haber bebido.
- Venga, pase acá. Debe confesar sus pecados.
Dentro de la habitación había una pequeña cama con una colchoneta y al lado una botella de vino “la sagrada familia” vacía.
- Dígame, ¿por qué se masturbaba en la iglesia?
- Sólo quería sentirme viva, padre.
- Pero una jovencita tan hermosa como usted, masturbándose.
Sin darme cuenta el sacerdote tiró de mis piernas y caí al piso.
- Puta, quítate la falda ya.
- Pero, ¿qué…
- ¡PUTA, QUE TE QUITES LA FALDA DIJE!- gritaba ahogadamente.
Me tomó por las piernas y me arrastró por el piso de granito pulido. Me levantó y sentó en la colchoneta. “Sagrada familia” vacía. Un sacerdote. Mi coño y yo.
Se desvistió.
- Chúpamela, desgraciada.
Lo hubiese hecho sin quejarme, la tiene grandísima, pero él me tomo del cabello y me acercó de golpe hacia su cosa erecta. Me destruiría si me folla con esta cosa. Luego de 30 gloriosos minutos follándome, el sacerdote se levantó de la colchoneta y me encerró en ese lugar, cerrando con llave por fuera. Sólo me quedé tirada en la colchoneta, con el coño chorreando y el cuerpo tembloroso. Que sacerdote más cabrón, me ha violado sin más. Y yo aquí, pensando en Hank, me quedé dormida.

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