viernes, 1 de mayo de 2020

Hablemos de la vida.




Don't go, don't leave me alone...
La habitación es grande y llena de estrellas. No hay escape a este hoguera, un nombre que no le pertenece al más íntimo deseo de vida.
Don't go, el desmembre del brazo armado que empuja nuestro vacío al más lúgubre desenlace.
Una petición convertida en súplica, el río de la existencia desbordando su caudal en nuestras mejillas, las puertas del alma, del muro, del cielo.  La puerta abre hacia adentro y solo es para salir.

Un abrazo tras otro... You are my best friend, dude, ehm... your name is? 
Unos diez abrazos; siempre al mismo emboltorio de trapos y carne, no hay matemáticas suficientes, ecuaciones diseñadas, cálculo newtoniano,  ni nada y nada que estandarice los abrazos necesarios para sabernos castos y bendecidos por nada. ¿Qué importa quién recibe? ¿Qué importa que expresamos?, el llanto de los marginados, la última gota de barro que entorpece la construcción del rascacielo en un terreno que a fuerza de sostenerlo todo, no sostiene nada. No edifica nada.

Okay, go away, friends. I'll be fine... 
Incluso con la puerta abierta, el terreno inservible para la construcción y el querer arrancarse el cuerpo en un último acto de valor, incluso con ello, con más que ello, saber que la última esperanza está ahí, que la felicidad no es nuestra pero sabemos que nos espera después del umbral de la muerte; podemos asegurar que nuestro rostro no es más que un manojo de carne magullado por el llanto y las sonrisas nerviosas. Neurótico. 
¿Qué si nos entregamos a la noche y no volvemos? Las sombras son nuestras y nosotros de ella. 

It's fine. This will be the end... 
"Mantener alejado de los niños" una advertencia que no se puede dejar pasar, abre el frasco, observa. 
El silencio.
La soledad de una habitación eterna y obscura. Paredes de cristal en un mundo de hierro. El silencio, llénalo con el tintinar de las últimas piedras que nos sepultarán bajo el peso de la eternidad. 

One glass of watter, please. All fine, mom, don't worry...
No hay camino que lleve a otro camino, no hay puentes, no hay trenes ni automóviles. Es solo un sendero lleno de girasoles que me dan la espalda. La habitación, la soledad, el silencio, el fuego que me quema desde dentro, la puerta que abre hacia adentro, el umbral, la vida... ¿Qué si alguna vez quise hablar de ella? Ya es tarde.

I'm sorry...
El último suspiro, el trago que antecede a la nostalgia y luego... 
Tormentoso volcán convulsivo, espuma de cerveza brotando provocada por las ebulliciones de mi cuerpo. Un aliento desde el este me llama, un solo soplo del destino...

Sorry, mom, i fail... No...
El abismo es más grande desde el fondo. Un fracaso más de una existencia que jamás fue planeada. ¿Qué si aún no es tarde? Hablemos de la vida...



jueves, 30 de abril de 2020

El último poema.


Vendo poemas de noche en los bares oscuros del boulevard. Ahí me encontrarán, con una cerveza en mano y un cigarro en la boca. Quizás una buena compañia, quizás una buena compañía.
La paga fue buena al principio, luego conocieron más a fondo mis pasiones y empezaron a pagar con cerveza, cigarrillos, algo de yerba y, de vez en cuando, una buena puta. Me habían jodido por completo y yo lo había permitido, ¿cómo pudo pasar esto?

La noche empezó como toda noche empieza, un bar semi vacío. Hoy solo hay un joven en el fondo del bar sentado solo, observando su trago de ron como disculpándose por beberlo. No tiene mucho de alcohólico, moreno, ojos grandes y la mirada de quién a odiado por más tiempo del que puede creer. 
Al final de la barra hay otro joven un poco más bajo de estatura que el anterior, moreno igualmente; si Dios alguna vez quiso castigar a alguien lo hizo con la nariz de este hombre. Sostenía un vaso en la mano, casi vacío, pero no lo he visto beber ni una sola vez. Solo insiste en explicarle a dos putas del bar como viven encerradas en un círculo sistemático que les ha cegado y corrompido su bienestar. Vamos, son dos putas amigo, deja que follen y beban y se bañen con los fluidos más obscenos de los hombres más sucios. 
Justo cuando observaba aquella pequeña tragedia, tan cerca una de la otra, un predicador y un hombre herido, ingreso al bar un tipo delgado de aspecto burlón, labios de cupido y una cabellera dispar. Sonreía de oreja a oreja, caminaba como si el piso de madera espolvoreado con cocaína y sudor y babas y cerveza no mereciera sus pasos. Se sentó un par de asientos a mi izquierda y, dando una palmada a la barra, pidió un anís y una caja del mejor cigarrillo del lugar. Iba solo, pero parecía esperar a alguien.

Ocupe mi mente en el trabajo que tenía por hacer, debía montarme en la tarima, recitar uno o dos poemas y bajar, pero ¿para quién? Ninguno de estos tres idiotas, y mucho menos las putas, escucharían lo que tengo que decir, no valía la pena ni el esfuerzo. Podría asegurar que nadie prestaría la menor atención si me monto o no, excepto el dueño del lugar que me daba una palmada en el hombro en ese momento.

- Vamos hombre, ánimos, ya llegarán más personas.

- Ah, da lo mismo, Gilbert. ¿Quien quiere escuchar a un borracho drogadicto que escribe poemas insignificantes? Deberías buscarte a un Wilde o un Benedetti, que se yo. 

- No, no. Tú y yo tenemos un trato.- dijo seriamente.

- Vamos, Gilbert, mira tú eres músico ¿no? O alguna vez lo fuiste, contrata un músico entonces, seguro alguien querrá tan buena paga que das...

- Ah, eso era lo tuyo, tranquilo ya mejorará todo. Ya mejorará...

Y se alejó sin más. ¿Cómo llegué a esto? Lo odiaba, vender mis poemas a un tarado para un público que detesta esta vida y otro que predica la revolución y otro que se burlaría hasta de sí mismo. Ahí estaba, el tercer intruso, echándo ojo del culo de la muchacha detrás de la barra y sonriéndole, decía algo sobre que hacia musica y estaba en la ciudad para «prenderla en fuego» con su contenido «revoltoso».

Me levanté para ir a mear al baño privado del bar y ahí estaba el primer intruso empolvando su nariz, al entrar yo, dejó caer su vaso y maldijo al viento. 

- Lo siento, viejo, no quise asustarle. 
- No se preocupe, viejo. No pasa nada.- decía mientras entre dientes maldecía el vaso por haberse roto. 
- Déjalo, ya lo recogerá alguien más.

Se levantó mirándome a los ojos, como analizandome. Preguntó si era yo el poeta que ponían a la entrada.

- Sí, ya sabes, hay que ganarse el pan como sea.

Encendí un pequeño pucho de yerba que llevaba en el bolsillo, me ayudaba con los nervios pre- recital. 

- ¿Quieres?- le pregunté.
- Solo un poco, ya ves que ando en otra cosa.- fue la primera vez que pude atisbar un poco de calma en sus ojos. 
- Va, es como follarse a una mujercilla luego de golpearla, ya sabes, la nariz quebrada y luego la calma total. 

Salió del baño luego de jalarle un par de veces al pucho, no sin antes darme las gracias y recoger el vaso roto, y yo solo me detuve frente al espejo. 

Había perdido las ganas de mear, solo podía pensar en que no valía la pena si quiera volver a esa tarima, pero mi trato con Gilbert. Mierda, odiaba ese sin sentido de mantener siempre la palabra, era agobiante la presión injusta que producía esa responsabilidad y, sin embargo, debía cumplir con ello. Pero, ¿hasta cuándo? 

Salí del baño y pude notar que el profeta estaba perdido en la «predica» oral que le daba una de las putas, mi favorita, maldita sea. El burlón estaba en la primera mesa frente a la tarima fumando cigarrillos sin cesar y el tipo del baño en su rincón, solo que está vez tenía unas hojas frente a él y la mirada puesta en mí. Debía admitirlo, esa mirada pesaba sobre mí de forma extraordinaria, algo se esperaba de mí, algo que no entendía ni sabía. 

- Ya va siendo hora.- Gilbert hablándome desde la escalera que sube a la tarima.

Bebí una cerveza hasta el fondo y vi como el hombre del papel escribía algo. Emprendí mi camino a mi funeral diario, todos los días moría en el primer escalón de esta maldita tarima. Tropecé con la silla al lado del burlón y, sin darme cuenta, tumbé sobre él el cenicero. 

- ¡Maldita sea, idiota! ¿No ves dónde caminas?

- Vaya, cálmate un poco, fue sin intención. 

Subí los escalones y el burlón dijo, en voz claramente alta para ser escuchado, "vaya, ahí se monta un mono, aplaudanle al mono", y el predicador elevó su vista hacia este y luego hacia mí. Ahora los tres me veían inquisitoriamente. Me detuve en el último escalón, respire hondo, subí.

Mi primer acto fue lanzarle el micrófono al idiota de enfrente, al burlón. Partí su cabeza con este y él empezó a reputearme y maldecir mi vida y existencia, todo esto mientras Gilbert lo detenía para que no subiera la tarima. 

- Déjalo, eh, hombre, ¡déjalo que suba!- grito el primer intruso desde el fondo.- ¡regalamos algo de acción en esta pocilga!

- ¿Empezamos una fiesta?- dijo el predicador subiendo su cremallera. 

Las putas habían empezado a bailar sobre las mesas y en la barra rodaban cinco tragos para los hombres del lugar. Encendí un cigarrillo y empecé a sentir una euforia que inundaba mi pecho amenazando con explotar. 

- ¡He aquí la reinvindicacion del hombre nuevo, he aquí los nuevos hombres que ostentan la moral, las nuevas mujeres que exaltan las pasiones del vicio!- grite exaltado. 

En el fondo el hombre del papel escribía y note que eran mis palabras las que plasmó en la hoja. Hice silencio. 

- Viejo hijo de puta.- grito el burlón atado a una silla.- suéltame de aquí, Gilbert, suéltame o haré de este lugar lo que Caligula con Roma. 

- Vean, amenazador. Suéltale y que le prenda fuego a todo, Gilbert, será lo mejor para este bar,para ti y para mí.- dije. 

- ¡Cierra la puta boca!- exclamó Gilbert.- A lo tuyo, idiota. 

Casi de un salto el primer intruso estaba  delante de mi, con hoja y lápiz en mano y la energía de mil caballos galopantes. El predicador se sentó en la barra y encendió un cigarrillo. 

- Vamos, di lo que debes decir, hombre. No nos hagas esperar. 

Todos me veían y el burlón aún luchaba por liberarse de sus ataduras. Empecé a sentir frío, un frío que calaba el espíritu. Tomé el micrófono que Gilbert me había lanzado de vuelta y lo acerque a mis labios. ¿Qué poema recitar si no había escrito nada para esa noche? Lo acaba de notar, no había nada que hacer, debía improvisar algo rápido. 

Aclare mi garganta luego de un trago de ron, encendí un cigarrillo y... Una bala atravesó mi pecho. Se había liberado.

- ¡¿Qué dirás ahora, maldito viejo imbécil?!- dijo el burlón entre risas. 

Caí al piso donde el primer intruso me veía desangrar sin quitarme el ojo por un segundo. El predicador se abalanzó sobre el burlón para desarmarle y este le respondió con un derechazo en las costillas y dos disparos al aire que hizo que las bailarinas se tumbaran al piso. Observé, intentaba respirar lentamente, señale a la chica tras la barra y el primer intruso dijo algo inentendible. 

- Ella... Traela...- logré articular. 

- Viejo, viejo, ¡Oh, viejo!- sollozó la chica al arrodillarse a mi lado- debí amarte como querías, alguien debía amarte como querías. 

Le acaricie la mejilla y luego metí mi mano bajo su falda

- Tengo frío.- dije entrecortado. 
- Toca, viejo, ahí volverás, al coño de dónde viniste.- me consoló con una sonrisa arrugada por el sollozo. 

El bar era un completo caos y mi sangre servía para aglomerar las impurezas del viejo piso de madera en un solo charco. Mire al primer intruso y sus ojos seguían analizandome. 

- ¿Quién eres, que quieres?- pregunté ya casi sin aliento. 

- Solo deja de hablar, mira a tu al rededor. Has creado la mejor tragedia poética que he visto. Esto es poesía, viejo. 

Observé, vaya. Que caos se había armado por haber tropezado con este tipo burlón, que había salido del bar sin darme cuenta. 

- Todo estará bien.- dijo Gilbert, más rogando que afirmando. 

Cerré mis ojos, era mejor acabar con este sufrimiento aquí y ahora. Aprovechemos las circunstancias de la vida que pusieron una bala en mi pecho. Deje caer los párpados poco a poco, lo suficientemente lento para ver cómo entraba el burlón de nuevo y le prendía fuego a todo el lugar. El fuego consumía todo y pronto consumiría mi carne tendida, ojalá ya muerta.