viernes, 26 de abril de 2013

Ella y él: felicidad.


Estaban sentados; ella leía un libro y pensaba en él, le daba una mirada y una sonrisa de vez en cuando. Él solo bebía un café y admiraba una rosa que en su mano reposaba. Él también admiraba a ella; solo que sin que ella lo note, ya que no quería distraerla de su libro.
    
Ella leía; solo le faltaban un capitulo de unas 15 páginas para culminar el libro. Él le ofreció café y ella dijo que sí. “Y si me lo traes tú, mejor” pensó ella. Él le lanzó una mirada fugaz y se dirigió al pequeño local que vendía café; pidió dos capuchinos más y se dirigió a la mesa de ella, le dejó el café en la mesa, le beso la mejilla y se dirigió a la verja de seguridad en lo alto de la Torre Eiffel, reposó su cuerpo sobre ella y, con el café en una mano y en la otra la rosa, dijo:

-  Espero halles interesante la última página.
    
Ella le dirigió una mirada y levantó una ceja; sin mover su vista bebió un sorbo de café y dijo:

-  ¿De qué hablas?, la última página está en blanco.

Él solo sonrió y le dijo que siguiera leyendo, pero sin saltarse de una vez al final. Siguió bebiendo el café y ella, intrigada, empezó a leer un poco más rápido. Él jugaba con la rosa, era hermosa, muy roja, grande y estaba abierta, como pidiendo que admiraran su belleza y aroma. Él llevaba un suéter  a rayas, blanco y negro. Un mono negro, muy cómodo. Ella; una blusa blanca muy ligera, y una falda que le quedaba un dedo sobre las rodillas, roja. Combinaba con sus hermosos tacones negros. Su cabello iba suelto, su aroma era parecido a las rosas, y su color a la noche, era tan obscuro como la boca de un lobo.
     
Ella leía aún, ya solo 4 páginas faltaban; él ya había culminado su café. Llamó al mesero y le dijo que trajera una botella de su mejor vino y una charola de hielo con dos copas. Le dirigió la mirada a ella y se dio cuenta que no supo lo que él había pedido. “Es mejor, así no sospecha” pensó.
     
Ella ya leía las últimas líneas y solo había una hoja en blanco entre ella y la última hoja del libro. Terminó de leer y levanto la mirada, vio el vino, las copas y la charola de hielo y sonrió, vio como él olía el aroma de aquella rosa y como sus rizos caían al aire, parecía que quería saltar cual resorte e irse saltando. Volteó la mirada y vio que solo estaban ellos dos, estaba todo obscuro y la cafetería había cerrado. La luna estaba rimbombante sobre la Torres Eiffel y ella estaba algo cansada.

-     Bien, ya terminé. – dijo.

-     Pues, ya puedes leer la última hoja del libro.
     
Y ella hizo así, respiró muy profundo y leyó. Era una caligrafía muy fina, pero la conocía bien, la había visto en cientos de cartas que había recibido en el transcurso de los años. Era la caligrafía de él. Solo decía cuatro cortas palabras, pero hacían una frase tan grande como la luna que sobre ella posaba.

“Isabella, ¿te casarías conmigo?”
     
Isabella levantó la mirada y le observo, parecía aturdida. Jean- Pierre sonrió y le tendió la rosa, ella se levantó, se acercó y a tomó. Había algo extraño en esa rosa, se sentía cálida, y su aroma se desprendía con el zumbar del viento. Isabella podía escuchar a las ninfas cantar a compás del viento, la melodía era hermosa. De pronto miró la rosa y vio en el tallo, sostenida por un par de espinas, un anillo de oro con unas inscripciones.
“Tú y yo juntos por siempre”
     
Ella se ruborizó y sonrió, se abalanzó sobre él y le beso fuertemente. Jean- Pierre le devolvió el beso y sonrió y dijo:

-  ¿Y bien?

-  Sí, claro que sí.

Y se besaron de nuevo. Jean- Pierre sirvió las copas de vino y le dio una a Isabella. Brindaron y se sentaron de nuevo.

-  Escogiste el mejor libro para proponérmelo, Jean- Pierre.- dijo ella mientras observaba el libro.

-  Sabía que este era el perfecto.
     
Se tomaron de las manos y dejaron el libro de “Orgullo y Prejuicio” a un lado. La rosa reposaba sobre él y el vino en otra mesa. Se miraron a los ojos y ambos admiraron la felicidad… Ese momento, ese corto momento es su vida, había sido el más feliz para ella. Para él también, pero él había sido feliz siempre, ella, en cambio, necesitaba ese momento.
     
Isabella sonrió y le beso… Le miró a los ojos y empezó a llorar de felicidad mientras decía:

-  Este momento… Me has hecho muy feliz, este momento se llama felicidad… Te amo. 


Escrito y redactado por: Sergio E. Molinatti Semprún

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