sábado, 17 de enero de 2015

Una ciudad extraña.


Hace poco conocí mas a fondo la capital de mi país, luego de escuchar sobre ella esperas asco y paranoia, por suerte, conocí la mejor parte hasta ahora de Caracas, esa en que vas sentado en el metro y no hay tránsito.

Me sorprendió mucho ver lo sincronizado de una sociedad indiferente, nadie da un paso sin que gire un neumático y sin que un motorizado se coma una luz roja, nadie se detiene sin que se detenga un auto o una moto, así pueden cruzar uno entre otro sin tocarse entre si. 

Así como conocí Caracas,  conocí a mi hermano, un Molinatti de sepa pura, motorizado del este de la ciudad.

Caracas es ruda, se mueve a través de un valle como el caudal de su río Guaire. Fluyendo con el tiempo, por debajo de su piso, esta el metro, con altibajos de adrenalina, sonidos de rupturas eléctricas y ciudadanos intercambiando sudor, sangre y palabras.

En sus plazas oradores desenfrenados que gritan en favor de la sociedad, en contra, otros a favor,  de las políticas destructivas de un Estado políticamente incorrecto. Mientras en las esquinas las fuerzas de seguridad se mantienen al tanto de una posible guerra moral, "¿disparamos a diestra o a siniestra?", estos no son sólo caraqueños, sino muchos del interior del país que no saben donde están parados. 

Caracas es tan ruda que te mete la propaganda en cada rincón, del presidente y de su comandante "eterno", estos son inertes, no se mueven con la ciudad, sino que se mueven cuando es necesario hacerlo, cuando los políticos necesitan que se muevan, al igual que la guardia de honor presidencial.

Así es la capital de mi país, la puta de babilonia, surge entre sus propias cenizas, y se alza entre la multitud como una esfinge.

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