jueves, 3 de octubre de 2013

¡Que me vea! ¡que me vea!

Yo salí a la calle a hacer diligencias, no ha encontrarme con la calma misma y la dulzura inmaculada. Hace un par de días un chico de la Orquesta de Carabobo me recitó un poema, solo para mí, ¡que emoción!; su nombre Ismael; es toda calma y dulzura, pero ya verán. 

Como saben, caminar por el centro de Valencia es, como dicen, un desmadre, o quizás un desnalgue; hoy decidí ir a hacer mis diligencias, ya saben, ropa, banco, museo de artes, felicidad y naturaleza. Esto es un cuento corto, así que solo lean  sin pararlo. 

Luego de hacer mis cosas decidí ir a la plaza Bolívar del centro a descansar un poco y observar como las ardillas saltan de aquí a allá y viceversa. Es gracioso, ¿cómo conseguir tranquilidad con el típico evangelista desesperado que clama y afirma que el fin del mundo está cerca, a veces con un megáfono y a veces a puro pulmón? Bueno, sólo me senté y observé los arboles. ¿Nunca les ha pasado que están viendo algo y de repente, a veces inconscientemente, voltean la cabeza a mirar a su espalda? Bueno, hoy me pasó, ¡uy! y me doy gracias porque me pasó, justo detrás de mí estaba Ismael. Que alegría. 


Es desesperante, yo no hice más que voltearme de nuevo y sentir como mis mejillas se ruborizaban un poco, y decirme, gritarme mejor dicho, en la cabeza: ¡Que me vea! ¡Que me vea!; desgraciadamente no parece estar dispuesto a voltear, cuan calmado se ve. Al diablo, le saludaré yo.

- Hola.- le digo con voz risueña y alegre como siempre. 

- Hola, Isabella. ¿cómo estás?.- calmado.

Sólo seguimos hablando un poco, de repente, se inclinó hacia mí y me abrazó... ¿Qué hago? Sólo le dejé y le abracé, fue hermoso, simple, como un sueño que se convierte en realidad; pero nada dura eternamente, nos soltamos como quien no lo desea. Luego fui con él a acompañarle a la farmáncia y a comprar unas bebidas. Caminamos. Caminamos. Caminamos, cuan ansiosa estoy.

Fuimos a el Parque Negra Hipolita y caminamos entre sus bosques, sus bambúes, sus fuentes y ríos. Hablábamos y hablamos. Él es tan tranquilo, tan calmado, su voz me calma, me inspira ternura, calma. sí, he dicho calma muchas veces, pero eso es todo lo que quiero, de nada me sirve alguien que me estrese y me haga sentir incomoda. 

- Acostémonos aquí, Ismael.

Nos acostamos uno al lado de otro, en la grama, viendo el cielo, las nubes a punto de reventar y convertirse lluvia, las aves, la naturaleza, oh amada naturaleza. 

- Eh, Ismael, ¿qué pasa si llueve?

- Pues nos mojamos. 

- ¿Y si cae un meteorito? 

- Pues no morimos, depende de donde caiga...

 - Uhm...

Silencio. Que interesante, es tan relajado, calmado. Oh no, ¿qué me sucede? Este chico es todo lo que quiero, lo sé, lo siento. 

Seguimos caminando y hablábamos. Bueno, yo hablaba, el solo escuchaba y asentía. De repente, sentí como si mi mundo se detuviera, nunca me había sentido tan bien. He escuchado sobre caballeros y he leído sobre ellos, pero este chico me los ha mostrado, se ha mostrado. Sin más, me dio un beso en la mejilla, se podrán imaginar mi emoción, mi rubor, mi alegría reflejada en mi mirada. El resto del día pasó sin acontecimientos importantes, ni mucho menos alegres como este, no me crean, pero con ese beso fui feliz, tanto así que mi sonrisa no se borró durante un tiempo. 

Mi historia es esta; soy Isabella y la vida me ha sonreído por un día más. Soy feliz, ustedes deberían serlo también. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario